23 septiembre, 2006

 

El sustituto

El señor y la señora, llevaban ya bastantes años de casados y no habían logrado tener familia. Suspiraban los dos por un hijo. A muchos doctores consultaron y recurrieron a todos los tratamientos, pero sin obtener resultado alguno.
Por fin un médico encuentra la causa del problema, el marido era estéril, no podía engendrar. -¿Qué debemos de hacer, doctor? -preguntaron ambos. -Algunas parejas, -dice el galeno-, recurren a la inseminación artificial, pero este es un procedimiento costoso y que suele fallar mucho.
Otras parejas utilizan algo mucho más sencillo y natural: buscan un padre substituto.
-¿Qué es un padre substituto? -preguntó la señora, a lo que el médico les explica.
-Es un hombre escogido con cuidado que hace por una sola vez las funciones del esposo, de modo que la mujer quede embarazada.
La señora vacila un poco, pero el marido dice al médico que por su parte no hay inconveniente, con tal de que su esposa vea realizada su ilusión de ser mamá. Y en efecto, pocos días después, por medio del doctor, se contrata a un joven y se hace la cita para el siguiente domingo por la mañana, estando ausente el marido de la casa, para que vaya a visitar a la señora y cumpla con su tarea.
Sucedió sin embargo que un fotógrafo de niños que había sido llamado a una casa cercana para retratar a un bebé se equivocó de domicilio y llegó al de la señora.
-Buenos días, -se presenta-, vengo por lo del niño.
-Sí, -dice ella con timidez-, pase usted.
Entra el fotógrafo, que la señora creía el padre substituto.
-¿Quiere tomar algo antes?
-No gracias, -responde el tipo-, el alcohol no es bueno en mi trabajo, lo que quisiera es comenzar cuanto antes.
Muy bien, -dice la dueña de la casa- ¿Le parece sí vamos al dormitorio?
-Puede ser ahí-, contesta el fotógrafo-, pero también me gustaría aquí en la sala, en el baño y en el jardín.
-¿Pues cuántos van a ser? -se alarma la señora.
-Ordinariamente son cinco o seis en cada sesión, responde el hombre, pero si la mamá coopera pueden ser más, ¡depende!
Y sacando del portafolio un álbum, le dice:
-Me gustaría que antes viera algo de lo que he hecho, tengo una técnica especial y única que ha gustado mucho a todas las señoras. Mire el retrato de este niño tan bonito. Lo hice en un parque público a plena luz del día. ¡Cómo se juntó gente a verme trabajar! Esa vez me ayudaron dos amigos porque la señora era muy exigente, con nada le podía yo dar gusto. Para colmo tuve que suspender el trabajo porque llegó una ardilla y comenzó a mordisquearme el equipo.
La señora, estupefacta, oía todo aquello.
-Ahora vea estos mellizos, -sigue presumiendo el fotógrafo- En esta ocasión si que me lucí, todo lo hice en menos de cinco minutos, llegué y ¡paf! ¡paf!, dos tomas y mire los gemelos que me salieron.
La señora estaba cada vez más asustada.
-Con este niño batallé un poco más, -sigue el fotógrafo-, -porque la mamá era muy nerviosa. Hasta que le dije 'Mire señora, Usted échese a un lado y déjeme a mi hacer todo el trabajo.
A estas alturas la mujer estaba al borde del soponcio (y del sillón).
-¿Pues bien señora a que hora quiere que empecemos? -pregunta el fotógrafo, guardando su álbum.
-A la hora que Usted diga, -responde temblorosa.
-Muy bien, -dice el fotógrafo, poniéndose de pie- Permítame nada más ir al coche a traer mi trípode.
-¿Trípode? -pregunta espantada la señora.
-Sí, -contesta el fotógrafo, -es que sabe usted, mi equipo es muy grande y necesito un trípode para apoyarlo, porque ni con las dos manos lo puedo sostener...
-¿Señora?... ¿Señora?... ¡Caray! ¿Qué le pasaría? ¡Se desmayó de pronto!

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