07 septiembre, 2006

 

Nunca retes a una mujer

La CIA tenía una vacante para un agente especializado en ejecuciones.
Después de evaluar a algunos aspirantes quedan finalmente 2 hombres y una mujer.
Llega el día de la prueba final y para definir quien conseguiría el trabajo, los agentes que administraban la prueba llevaron a uno de los hombres a una puerta grande de metal y le dieron un arma.
-Debemos confirmar que usted seguirá nuestras instrucciones no importa bajo qué circunstancias -le explicaron- Dentro de este sitio, usted encontrara a su esposa sentada en una silla.
Tome este arma y mátela.
El hombre con una mirada de asombro le dijo:
-Ud. no puede estar hablando en serio. Yo nunca podría matar a mi propia esposa.
-Bien -dijo un agente- entonces usted definitivamente no es la persona adecuada para este trabajo.
Así que trajeron al segundo hombre a la misma puerta, le entregan el arma y le explican los mismos parámetros de la prueba.
El segundo hombre miró algo sobresaltado, pero sin embargo tomó el arma y entró al cuarto. Todo estuvo en silencio por cerca de 5 minutos, entonces la puerta se abrió. El hombre salió del cuarto con lágrimas en sus ojos y dijo:
Intenté matarla, pero simplemente no pude apretar el gatillo.
Supongo que no soy el hombre adecuado para el trabajo.
Los agentes contestaron:
-No, usted no tiene lo que se necesita para esto. Tome a su esposa y vaya a casa.
Ahora solo les quedaba la mujer.
La conducen a la misma puerta y le dan el mismo arma.
-Como prueba final, debemos estar seguros que usted seguirá las instrucciones sin importar las circunstancias; dentro encontrará a su marido sentado en una silla.
Tome este arma y mátelo.
La mujer tomo el arma y abrió la puerta.
Antes incluso de que la puerta se cerrara completamente, los agentes oyeron a la mujer descargar el arma completamente.
Uno por uno, cada tiro disponible en el cargador.
Entonces el mismo infierno se apodero de aquel cuarto. Se oyeron gritos, desgarramientos, golpes en las paredes. Esto continuó por varios minutos y ,finalmente, todo quedó en silencio.
La puerta se abrió lentamente, y allí estaba parada la mujer.
Se limpió el sudor de la frente y dijo:
-¡Son Uds. la ostia!
¿Por qué no me dijeron que eran balas de fogueo?
¡He tenido que matarlo a silletazos, y encima se me ha roto una uña...!

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